El que está matando y destruyendo este mundo no es un robot, es el egoísmo de otro ser humano. Los robots no tendrán estos defectos, no son amenazas, son oportunidades.
Mucho se está hablando que los robots serán los sustitutos de los humanos en muchas labores o profesiones. Que estas máquinas dotadas con inteligencia artificial dominarán el mundo y, por lo tanto, se las consideran una amenaza o simplemente enemigos de la Humanidad.
Esto no es así, el verdadero enemigo de los humanos es otro humano. No hay un lugar más peligroso que aquel donde hay interacción humana, desde pequeños saboteos laborales hasta los bordes de una tercera guerra mundial.
La amenaza real que enfrenta la Humanidad sigue residiendo en nuestras propias fallas. A lo largo de la historia, hemos visto cómo los conflictos, las guerras y las crisis que azotan a la sociedad son consecuencia de la avaricia, el poder desmedido y la falta de empatía de ciertos individuos. Los seres humanos han sido los arquitectos de su propia destrucción, motivados por el egoísmo, la maldad y la envidia.
Dejemos de ver amenazas donde hay oportunidades.
Pero, ¿qué pasaría si, en lugar de enfocarnos en ver a los robots como enemigos, los consideráramos como una posible solución a nuestros propios defectos? En este punto, debemos preguntarnos: ¿qué características definen a estas máquinas que tanto tememos? Y la respuesta es simple: los robots, al carecer de emociones, también carecen de aquellos defectos que tantas veces han causado sufrimiento en la Humanidad.
Los robots no sienten envidia, no buscan poder por interés personal, no conocen el egoísmo ni la maldad. Estas máquinas, diseñadas para realizar tareas específicas, ejecutan sus funciones sin caer en los vicios que tanto han marcado el destino de los humanos. Más aún, carecen de las dos grandes fuerzas que han perpetuado la injusticia y la desigualdad en el mundo: la corrupción y la impunidad.
Mientras los humanos se ven tentados por la corrupción, utilizando su poder para su propio beneficio a costa del bienestar común, los robots actúan siguiendo instrucciones precisas, imparciales y transparentes. No tienen intereses personales ni ambiciones que los lleven a manipular el sistema en su favor. Asimismo, la impunidad, que tanto daño ha hecho a las sociedades humanas, no tiene lugar en una realidad donde las máquinas puedan actuar como árbitros de justicia o como administradores públicos. La capacidad de pasar por encima de las leyes o las normas, un rasgo típicamente humano, no tendría cabida en un sistema gestionado por inteligencia artificial.
Imaginar un futuro donde los robots participen en la toma de decisiones cruciales nos lleva a pensar en una sociedad más justa y eficiente. En este escenario, las decisiones importantes ya no estarían condicionadas por el ego, la avaricia o las emociones humanas. Podríamos delegar en estas máquinas la gestión de ciertos aspectos críticos de nuestras sociedades, como la administración pública, la justicia o las finanzas, lo que garantizaría una mayor objetividad y transparencia en los procesos.
Por supuesto, esto no significa que las máquinas sean perfectas. Siempre existirán riesgos relacionados con su programación y su funcionamiento, pero estos errores serían de carácter técnico, no moral. No estarían motivados por la ambición o el deseo de dañar a otros, sino por fallos que, de manera objetiva, podrían ser corregidos. Los errores humanos, en cambio, muchas veces surgen de decisiones premeditadas, cuyo objetivo es sacar ventaja, sin importar las consecuencias para los demás.
A medida que avanzamos hacia una sociedad cada vez más tecnologizada, sería prudente reevaluar nuestros miedos. En lugar de temer a los robots, deberíamos preocuparnos más por el uso que nosotros, los humanos, hacemos de nuestras propias habilidades y poder. Si somos capaces de mejorar nuestro comportamiento como especie, podríamos ver en los robots no una amenaza, sino una herramienta para construir un mundo mejor.
En definitiva, los enemigos de la Humanidad no son los robots. Somos nosotros mismos, con nuestras debilidades y fallos. Y quizás, algún día, las máquinas puedan ayudarnos a superar esos defectos, marcando el inicio de una era más equitativa y próspera.
Francisco Javier Samudio Rojas
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