Por qué la restricción del uso de celulares en las escuelas paraguayas sólo será eficaz si se construye una alianza real con los padres
En diciembre de 2025, el Poder Ejecutivo de Paraguay presentó un proyecto de ley que busca regular el uso de celulares y otros dispositivos electrónicos en las instituciones educativas, desde la educación inicial hasta la media. La propuesta no plantea una prohibición absoluta, sino una restricción durante la jornada escolar, permitiendo excepciones pedagógicas, de emergencia o para estudiantes con necesidades especiales. El objetivo declarado es proteger la concentración, la salud mental y la socialización de niños y adolescentes, siguiendo una tendencia que ya se aplica en países como Francia, Chile, Países Bajos, Inglaterra y varios estados de Estados Unidos.
Sin embargo, aunque la medida es bien intencionada y cuenta con respaldo científico, su éxito real dependerá de un factor que hasta ahora no ha recibido la atención suficiente: la participación activa y comprometida de los padres. Sin una alianza genuina entre escuelas y familias, la restricción corre el riesgo de convertirse en un parche temporal, incapaz de generar cambios profundos y sostenibles en el uso responsable de la tecnología.
El problema no se limita a las aulas
Los estudios internacionales muestran que el tiempo promedio que los adolescentes pasan frente a pantallas supera las siete horas diarias fuera de las tareas escolares. En Paraguay, aunque no existen datos oficiales tan precisos, las encuestas de UNICEF y del Ministerio de Salud indican que la mayoría de los jóvenes tienen acceso ilimitado a sus celulares en casa, especialmente por las noches y los fines de semana. Durante esas horas, se concentran las conductas de mayor riesgo: consumo excesivo de redes sociales, juegos, videos cortos y mensajes, lo que afecta el sueño, la atención sostenida y la salud emocional.
Si la escuela restringe el uso durante seis o siete horas al día, pero el resto del tiempo permanece sin límites, los niños y adolescentes simplemente desplazan el problema al hogar. En países donde se implementaron prohibiciones escolares sin involucrar a las familias, se observó que muchos estudiantes compensaban el “tiempo perdido” con un aumento en el uso en casa, lo que anulaba gran parte de los beneficios esperados.
Los padres son el modelo principal
Los niños y adolescentes aprenden principalmente por imitación. Cuando ven que sus padres pasan horas revisando el celular durante las comidas, las conversaciones familiares o incluso mientras hablan con ellos, normalizan ese comportamiento. Numerosos estudios de psicología del desarrollo demuestran que el uso excesivo de dispositivos por parte de los adultos es el predictor más fuerte del uso excesivo por parte de sus hijos.
Por eso, cualquier política educativa que pretenda cambiar hábitos tecnológicos debe comenzar por los hogares. Los padres no solo deben establecer reglas claras en casa, sino que también deben convertirse en el ejemplo vivo de equilibrio: guardar el celular durante las comidas, priorizar el diálogo cara a cara y dedicar tiempo de calidad sin pantallas. Solo así los niños percibirán que los límites no son un castigo escolar, sino una norma familiar de cuidado y respeto.
La crianza positiva como base del cambio
Los expertos en salud mental infantil coinciden en que los niños y adolescentes necesitan acompañamiento emocional, contención y educación en valores fundamentales como el cariño, el respeto y la empatía. La crianza positiva, basada en límites claros pero amorosos, diálogo abierto y presencia afectiva, es la herramienta más poderosa para prevenir ansiedad, depresión y problemas de conducta asociados al uso desmedido de tecnología.
Cuando los padres acompañan a sus hijos en el proceso de aprender a usar la tecnología de manera responsable —explicando los riesgos, estableciendo horarios razonables, supervisando el contenido y ofreciendo alternativas de ocio real— se fortalecen la autoestima y la resiliencia emocional. En cambio, si los padres delegan la educación digital a la escuela o a castigos aislados, los jóvenes perciben la restricción como una imposición externa y no como una protección compartida.
Una alianza escuela-familia: el modelo que funciona
Los países que han logrado los mejores resultados con restricciones escolares han combinado la norma institucional con programas de involucramiento parental. Algunos ejemplos:
En Francia, la prohibición escolar va acompañada de talleres obligatorios para padres sobre uso responsable de pantallas y crianza digital.
En Chile, el Ministerio de Educación implementó el programa “Conectados en Casa”, que ofrece guías, charlas y recursos gratuitos para que las familias establezcan reglas propias.
En Países Bajos, las escuelas organizan reuniones periódicas con los padres para revisar juntos los hábitos digitales de los estudiantes y ajustar las estrategias en conjunto.
En Paraguay, el proyecto de ley actual menciona la necesidad de “sensibilización y acompañamiento”, pero aún no detalla cómo se concretará esa alianza. Para que la medida sea verdaderamente eficaz, es imprescindible incluir:
Campañas de información y talleres presenciales y virtuales dirigidos a padres y madres.
Materiales educativos sencillos (guías, videos, infografías) con recomendaciones prácticas para establecer límites en casa.
Espacios de diálogo en las escuelas donde familias y docentes compartan experiencias y acuerdos conjuntos.
Incentivos para que las familias participen (por ejemplo, certificados, actividades familiares o reconocimientos).
Monitoreo periódico del impacto, con encuestas a padres y estudiantes.
Sin estas acciones, la restricción escolar quedará aislada y perderá fuerza. Los niños percibirán una contradicción: en la escuela les prohíben el celular, pero en casa pueden usarlo sin control. Esa contradicción debilita la autoridad de los adultos y genera más resistencia que cambio.
Una oportunidad para reconstruir la confianza social
Paraguay enfrenta desafíos profundos de corrupción, impunidad y desigualdad que generan una “depresión social” colectiva. En ese contexto, una política educativa que logre unir a familias, docentes y autoridades en un objetivo común —el bienestar de los niños— puede convertirse en un pequeño pero valioso paso hacia la reconstrucción de la cohesión social.
Los padres somos parte de la comunidad educativa y deben asumir roles propios.
La comunidad educativa está conformada por directivos, docentes, estudiantes y padres. Cuando los padres se sienten parte de la solución, no solo mejoran los hábitos digitales de sus hijos, sino que también recuperan confianza en las instituciones educativas y en el Estado. Ese sentimiento de colaboración y propósito compartido es exactamente lo que falta en muchos sectores de la sociedad paraguaya.
Por lo tanto los padres debemos asumir roles de acompañamiento y de fortalecimiento de los trabajos y decisiones de los docentes en un acuerdo coordinado y recíproco para que tenga más impacto y eficacia.
Conclusión
La restricción del uso de celulares en las escuelas paraguayas es una medida necesaria y respaldada por evidencia, pero no será suficiente por sí sola. Para que sea eficaz y eficiente, debe ir acompañada de una alianza estratégica y sostenida con los padres. Solo cuando escuela y hogar trabajen en la misma dirección —con límites claros, acompañamiento emocional y el ejemplo cotidiano de los adultos— los niños y adolescentes podrán desarrollar hábitos tecnológicos saludables y, sobre todo, crecer con mayor equilibrio emocional y social.
El celular no es el enemigo; el problema es el uso sin límites y sin acompañamiento. Si logramos que las familias se sumen activamente al esfuerzo, la restricción escolar pasará de ser un parche a convertirse en el comienzo de un cambio cultural profundo y duradero.

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